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Relato Fantástico – ¡A leer!

Hoy os ofrecemos un relato, hacía mucho que no lo hacíamos y es parte del hobbie, así que espero poder ir de vez en cuando dando estos mini relatos para que paséis un momento de lectura junto a nosotros. Si tenéis relatos, ya de paso lo digo, y queréis compartirlo con la comunidad de FanHammer, adelante. Podéis enviarlos a [email protected] y lo publicaremos.

Este relato es de nuestro colaborador Oscar Diaz. Un saludo y buena lectura.

odin

El pantano se encontraba cubierto por una alfombra de cadáveres, tanto daneses como sajones, que servirían de alimento para las alimañas del páramo. Algunas, impacientes, ya se peleaban por empezar con el festín de carne humana. Ambas fuerzas llevaban toda la mañana peleando, empujándose, avanzando, retrocediendo, muriendo, pero ninguna había logrado romper la formación de muro de escudos del otro.

Osrik, el theng de Fulford, terminó de ajustarse las polainas y Olaf (su lugarterniente), le entregó su escudo con su insignia pintada en él (Una serpiente en dorada de tres cabezas sobre un campo sable), desembainó lentamente su espada y armado con ésta y su escudo, salió de entre sus hombres camino de su destino. Había aceptado el reto del señor de la guerra danés, para evitar más muertes, pues la mitad de su fyrd yacía esparcido por el pantano y la otra mitad mostraban rostros cariacontecidos, cansados y hastiados por tantos combates librados.

El Jarl Harald, pensó que sería más fácil conquistar Inglaterra, a juzgar por las historias que había escuchado en su Dinamarca natal, pero a juzgar por lo visto, no lo iba a ser, durante el combate había perdido a toda su guardia personal, había estado a punto de perder la batalla cuando su muro de escudos se resquebrajó, pero una carga desesperada de sus guerreros que mantenía en reserva consiguió restablecer la situación y dejarla en tablas. Pero Harald no podía dejarlo así, si quería evitar más muertes, debía retar al señor de la guerra sajón. Pactó con él, que vencedor se quedaría como señor del campo de batalla y los hombres del perdedor se verían obligados a abandonarlo. Y todo ello a pesar de la herida abierta que tenía en el costado que le dolía cada vez más, quizá por eso había aceptado el sajón aquel duelo. Cogió su hacha de guerra, se caló su yelmo, y agarrando su escudo marchó con decisión hacía su enemigo.

Un silencio sepulcral y solemne, se extendió entre las filas danesas y sajonas que ocupaban el páramo, cuando sus jefes salieron al encuentro.

Ambos comandantes magníficamente armados se miraron un rato sin mediar palabra. Fue Harald, el Jarl danés, el que rompió el silencio.

-Yo solo quería un poco de está fértil tierra para poder vivir en ella, aquí tenéis de sobra.

El señor de la guerra sajón observó que el danés tenía una herida en el costado derecho que manchaba de rojo oscuro su cota de malla antes de contestar.

-Has hecho un largo viaje en vano, tan solo obtendrás dos metros de tierra inglesa… o algo más, ya que pareces más alto que un hombre normal –contestó arrogantemente Osrick.

Sin más palabras, ambos contendientes comenzaron el macabro baile de la muerte, los dos en guardia, amagando y danzando uno alrededor del otro. Herido como estaba, a Harald le costaba cada vez más levantar su hacha de batalla, pues cuando lo hacía, un latigazo estremecía su cuerpo, pero fiel a su naturaleza se lanzó al ataque descargando un hachazo que consiguió enganchar el escudo de Osrick en su parte superior y bajárselo, dejándole indefenso. Una punzada de dolor se extendió desde su costado ensangrentado por todo el cuerpo, obligándole a encogerse de dolor, lo que aprovechó el Theng sajón para lanzarle dos rápidas estocadas por encima de su escudo: La primera resbaló contra su casco, la segunda le alcanzó la mandíbula izquierda y una tercera fue desviada por su escudo mientras retrocedía hacía atrás. Protegido tras su escudo, se miró su mano derecha desnuda, la misma que había empuñado el hacha apenas un segundo antes, durante su retroceso la había perdido. Su oponente permanecía quieto frente a él. Sabiendo que todo estaba perdido, se quitó el caso y sacudió su cabello dorado, lanzó un escupitajo de fluido rojo y viscoso y, saboreo el amargo y metálico sabor de la sangre en su boca agujereada, tiró su escudo al suelo en medio de la conmoción de sus hombres y con la mirada puesta en su hacha, pidió a su enemigo que le permitiera entrar en el Valhalla. Osrick, accedió y Harald recogió su hacha. Apretando los dientes para contener el dolor, extendió sus brazos en cruz mientras esperaba la muerte. Cuando entró el acero en su pecho cayó de rodillas y haciendo un último esfuerzo gritó todo lo fuerte que pudo:

-¡Odíiiiiiiin!

Aquella noche, cenaría en el Valhalla.

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Un comentario

  1. Está bien. Se hace corto y eso siempre es bueno. Buena iniciativa. Te animo a hacerlo más.

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