Hoy os presentamos un nuevo relato, el primero de un nuevo colaborador del blog, Joan Ortuño. Bienvenido a FanHammer y esperamos que os guste este relato. Y pronto tendréis más.
Julius Manfredi Picaruelo se despertó una mañana y se le ocurrió una estupidez. Pero no era una cualquiera. Era una tontería enorme, de la máxima calidad, de esas que dichas en el momento correcto te garantizan una fama imperecedera. Él lo sabía pero era tanta su emoción que no pudo evitar despertar a Mariana, su mujer, y contarle su nuevo descubrimiento.
¿De verdad crees lo que acabas de contarme? fue lo único que Mariana preguntó.
Bueno… contestó Julius sin querer definirse. Era la primera vez que poseía una sandez de semejante envergadura y no quería dejarla escapar.
Mariana no perdió el tiempo. Se levantó de la cama, se vistió rápidamente y se marchó. Fue el último momento que compartieron juntos. Aquella misma tarde, Julius recibió una carta donde Mariana le pedía el divorcio. Sus palabras estaban cargadas de odio pero él ni lo notó. No podía pensar en otra cosa que no fuera su brillante tontería. Desde que nació, tuvo virtud para la necedad pero jamás pensó que llegara a alcanzar semejante nivel de estupidez.
Estuvo pensando durante toda la tarde y la noche y, ante su asombro, vio que era capaz de crear más tonterías del mismo nivel y calidad que la primera. Sentía en su interior un gran poder, una gran fuerza creadora que despertaba y avecinaba un bello futuro cargado de memeces. De repente fue consciente de su gran responsabilidad. No podía permitir que su nueva habilidad cabalgara libre y sin ataduras. Necesitaba ayuda y sabía perfectamente quién podía otorgársela.
Al amanecer, Julius salió de su casa con una estúpida sonrisa en la boca pero, nada más cruzar el umbral, se dio de bruces con la policía. Tenían orden de arrestarle. Durante el viaje, los agentes intentaron averiguar qué era lo que Julius había hecho. Insistían en que tenía que ser algo muy grave como para haber provocado que la burocracia se pusiera en funcionamiento tan rápido, pero él no dijo ni una palabra. Temía por la supervivencia de su estúpida idea. La sentía moviéndose libre por su interior y deseosa de ser escuchada. Era como un adolescente que acaba de echar su primer polvo. Aun así, por mucho que se deseara, no era buena idea ir a contárselo al primero que te encuentras. La experiencia con Mariana se lo había dejado claro a Julius, que todavía no era consciente de hasta qué punto había sido un error.
Sólo cuando le bajaron del coche policial se dio cuenta de dónde estaba. Los agentes no le habían llevado a comisaria sino que le habían conducido directamente al juzgado. Le escoltaron hasta la sala número cuatro y, al entrar, sus compañeros de viaje se vieron obligados a abrirle camino al más puro estilo Moisés entre el mar de periodistas que esperaban en el interior. La visión de Julius se inundó de fogonazos que aparecían y desaparecían sin parar. Los periodistas luchaban entre ellos intentando conseguir la mejor instantánea y, tan grande era su frenesí, que el policía que estaba a su derecha sacó el móvil y le hizo una foto, por si acaso.
Obligaron a Julius a sentarse en una silla y, sólo cuando sus oídos se inundaron con el característico sonido del martillo de un juez, consiguió recuperar la vista. Poco a poco, las imágenes se fueron definiendo hasta ver con total claridad que delante de él había un juez que le miraba con ojos de inquisidor. Llevaba la clásica toga negra y un peluquín blanco de rulos que contrastaba intensamente con su roja cara cargada de tensión. Con su mano derecha no dejaba de golpear el martillo intentando invocar el silencio en la sala. Cuando lo consiguió, se desplomó en su sillón y permaneció así hasta que su cara recuperó un color más natural.
Julius estaba preocupado. No entendía qué era lo que estaba pasando pero sobre todo padecía por su estúpida creación. Por fin tenía en sus manos una tontería de una calidad suprema, había asumido su responsabilidad como creador y tenía la intención de perfeccionarla antes de dejarla en libertad. Que él supiese no había hecho nada malo pero, si le encerraban en la cárcel, no podría compartir con el mundo su perfecta tontería. Mientras seguía ensimismado en sus preocupaciones, el juez dio comienzo a su alocución:
Julius Manfredi Picaruelo dijo remarcando cada palabra. Esta tarde, recibí en mi despacho una petición de divorcio a nombre de su mujer, Mariana Miravilla Carrión. El sobre en el que venía tenía el sello de prioridad suprema, un distintivo reservado sólo a catástrofes y/o crímenes de alcance mundial. Adjunto a la petición, había numerosas cartas firmadas por múltiples miembros del ámbito judicial e intelectual en el que me instaban a detener y encerrar a Julius Manfredi por estupidez manifiesta en grado sumo. Tras leer las razones de la señora Miravilla, no pude estar más de acuerdo. La memez que usted reveló en la mañana de ayer a su mujer puede tener consecuencias catastróficas en el caso de que llegara a ser de dominio público. Es una herejía que tiene que ser exterminada de raíz y regada con ácido para que no vuelva a crecer. Doy gracias a la providencia por dar luz a mi mente y no permitir que tomara la decisión de jubilarme para cuando lo tenía previsto. De haberlo hecho, no habría tenido la oportunidad de acabar con tanta tontería. Es por ello que yo, Tomás Ordenado, por el delito anteriormente mencionado, le condeno a usted, Julius Manfredi Picaruelo, a…
En ese momento, alguien llamó a la puerta con una cadencia realmente absurda. El inesperado sonido detuvo de inmediato el discurso del juez que, tras unos segundos de desconcierto, preguntó:
¿Quién se atreve a interrumpirme cuando estoy a punto de dictar sentencia? su cara estaba todavía más roja que cuando intentó silenciar la sala al principio del juicio.
Tras unos segundos de silencio, se oyó una voz al otro lado de la puerta:
¿Se puede? preguntó.
No respondió furioso el juez.
Entonces paso dijo la voz y, acto seguido, se abrió la puerta.
El hombre que entró en la sala era realmente absurdo. Su pelo estaba peinado con la raya a la derecha, a la izquierda y al centro, todo a la vez. Llevaba calcetines a modo de orejeras y, sobre ellos, unos cascos cuyo cable arrastraba por el suelo hasta perderse en la eternidad. Su camisa tenía una manga de cada color y, a su vez, los puños eran de un color distinto a cada manga. Su pantalón era de gamuza, seda, pana y gasa. Llevaba una deportiva en el pie izquierdo y una bota con plataforma ortopédica en el derecho que le generaba andares de cojo sin serlo. Llevaba un bastón en la mano izquierda que era tan pequeño que, en vez de compensar la cojera, se le acentuaba. En la mano derecha llevaba un martillo de feria con el que consiguió abrirse camino entre la marabunta de periodistas hasta llegar delante del juez, el cual no paraba de dar golpes con su martillo exigiendo que aquel intruso se identificara. En un acto de extrema tontería, el absurdo hombre empezó a golpear su martillo de feria contra la mesa del juez consiguiendo una estúpida alternancia de sonidos de madera y plástico. Aquel ilógico momento llegó a su fin cuando el juez consiguió arrebatarle el martillo de feria con su mano libre.
¡Identifíquese! ¿Cuál es su nombre? gritaba el juez con el rostro desencajado de ira.
Se equivoca de pregunta. Mi nombre no es tan importante como mi nombre pero si tanto la preocupa, aquí tiene, señorita le dijo al juez mientras le entregaba una tarjeta.
Señoría le corrigió el juez sin coger la tarjeta.
Ah, perdón. No sabía que estuviera usted casada respondió el hombre mientras se guardaba la tarjeta en el zapato.
¿Casada? ¿Qué dice? en el rostro del juez se pudo observar como la incredulidad le ganaba terreno a la ira No le entiendo.
Y ese es el problema de nuestro mundo dijo el hombre, nadie entiende la estupidez. Vivimos en un mundo obsesionado con la excelencia y que nos obliga desde bien pequeños a luchar por demostrar quién es el más inteligente. La estupidez y la tontería son menospreciados constantemente. En televisión sale una presentadora preguntándose si en los trasplantes de órganos también hay una trasferencia del alma y todo el mundo alza la voz. Nadie piensa en ella como en una pionera. ¿Os imagináis lo emocionante que es recibir los pulmones de un psicópata y respirar como tal?
Salvo por las absurdas palabras del hombre, el silencio inundaba la sala. Los allí presentes miraban idiotizados al absurdo sujeto que les alentaba a fomentar la estupidez.
Para los que no me conozcan, sólo diré que trabajo para el Centro de Estupideces S.A. Somos una sociedad que lleva funcionando desde que el mundo es mundo y desde que no lo es también. Hemos entrenado y formado a los mayores tontos de la historia. El propietario y fundador de la revista Times Henry Luce, el rey de Suecia Gustavo III, el soberano persa Muhammad Alí o el presidente americano Ronald Reagan son sólo un pequeño ejemplo de nuestro excelente trabajo. La estupidez mueve el mundo, señores, y ya es hora de que se den cuenta. Este hombre dijo señalando a Julius es un diamante en bruto. Ha sido capaz de crear una estupidez de la máxima categoría sin ayuda de nadie. ¿Se imaginan la cantidad de tonterías que sería capaz de crear con el entrenamiento correcto? Este hombre podría ser un dios. No podemos permitir que se le haga ningún daño. Con sólo pensarlo se me ponen las plumas de gallina, como dijo la agente Mazagatos.
Nadie supo jamás si fue por su argumentación, por su impactante frase final o porque estaban realmente convencidos pero en la sala se produjo un aplauso americano de los que marcan época.
De esa forma, gracias a la intervención de su disparatado ángel guardián, fue como consiguió salvar la vida Julius Manfredi. Desde entonces, Julius ha perfeccionado sus habilidades en el Centro de Estupideces S.A. y ya está listo para comenzar su carrera como estúpido profesional. No hay lugar en el mundo donde no sea bienvenido porque, si hay en este mundo un tipo de persona que siempre prospera, son los tontos de remate.
Joan Ortuño Tomás
Muy inteligente y acertado. En esta época el Centro de Estupideces debe estar completamente desbordado.
Filosofía pura, genial !
Un gran texto, me ha gustado mucho. Me declaro fan tuyo!!! 🙂
De lo mejorcito que he leído últimamente, de verdad
Muy bueno
Magnífico relato amigo. Todo lo que cuentas forma parte de una u otra manera, del inmenso club del idiota, y te aseguro que esto no es ficción, sino que está enmarcado en el más puro y auténtico realismo. Al principio creí que todo era pura invención, pero ya una vez dentro del relato me he dado cuenta que todo obedecia a una estrategial real como la vida misma. Si has convencido a los lectores lo mismo que a mi, seguramente nos encontramos ante un magnífico y joven escritor, capaz de introducirnos en otros mundos tan inimaginables, curiosas y espectaculares como el descrito. Mi enhorabuena amigo.
Tras eso, consiguió un trabajo estúpidamente bien remunerado como creador de contenidos en Telecinco y, ocasionalmente siendo requerido por políticos como Rajoy y Albert Rivera para soltar frases de idiota superlativo.