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Relato: Michael Mac Carthaigh

Un nuevo relato muy interesante de nuestro colaborador Pakojavier. Que lo  disfrutéis.

Definitivamente, soy un cabrón con suerte.

Mis recuerdos acerca de Mac Carthaigh se me revuelven mientras marco su número en el teléfono que acabará hoy en la basura. Michael Mac Carthaigh, era uno de esos pobres ilusos que quería ganarse la vida honradamente y a la vez hacer de éste un mundo mejor. Tuvo un padre con una gloriosa carrera de policía, una madre sacrificada al hogar y unas notas de envidia. Esos factores, moldearon durante años al perfecto panoli de la sociedad. Sólo de pensar que se cruzó en mi camino y de qué manera… No puedo evitar reírme mientras marco los dígitos.

Yo aún era mortal. Había perdido a mis amigos y estaba todo el día divagando en los callejones gracias a las drogas. Cumplía un trabajo y se me iba en fiestas, drogas y prostitutas. Eso, si no estaba en la cárcel claro.

Mac Carthaigh fue el primer irlandés que consiguió alcanzarme corriendo. Que estuviese hasta las cejas de mierda ayudó bastante, lo reconozco, pero aun así… Fue impresionante cómo corrió el muy cabrón. ¡Y con zapatos! No hacía ni quince segundos que había rajado a los dos camellos morosos y ya tenía al puto poli de abrigo marrón y traje de rombos grises a mis seis en el callejón.

La huida fue extenuante y emocionante como siempre. Pero cuando notas setenta kilos de agente de la ley estrellándose en tu espalda por primera vez. La diversión se esfuma y da paso al pánico.

Forcejeos y golpes en la cabeza, es lo único que te llevas gratis en la mierda de vida de delincuente. Unas patadas en las costillas de propina. Y después, de postre, el frio acero abrazándote las muñecas. No paraba de amenazar y maldecir a aquellos cabrones, mientras mi cara era aplastada contra un charco de fluidos y líquido que rezumaba del contenedor que hacía de croma de la película de mi primera detención.

Mi habitual odio se estrelló en sus oídos durante todo el viaje, hasta que llegamos a comisaría. Un kilo más de hostias, unos gramos de culatazos, lo sazonas con grilletes y tabaco en la cara y lo pones a cocinar durante diez horas a temperatura interrogatorio. Ahí tienes la receta para una buena confesión y posterior temporada a la sombra.

El nombre del tío no se me olvidaría jamás, me quedó grabado en cada punto de las cejas y en cada escayola de los dedos. Michael Mac Carthaig, apenas pude verle bien entre mis hinchados párpados, pero era un poli de mierda, un treintañero con más orgullo de poli que de padre. Su aire de superioridad y su manera de contemplarme en la sala de interrogatorios atestada de humo, delataba que hasta se la ponía dura lo que hacía. Ojalá hubiese sabido cómo íbamos a acabar en unos años él y yo. De seguro me habría pegado un tiro, allí mismo. Viendo impotente cómo me descojonaba a todo volumen, esposado a la silla y a la mesa, mientras me meaba por incontinencia cómica severa.

El paso por prisión no me importó en absoluto. Hasta fue divertido. Conseguí unos cuantos amigos más con los puños y aprendí cómo moverme dentro de las mafias gracia a algunos veteranos a los que caí bien. Gracias “Mac Carthi”, te debo una.

A mi salida, mis jefes, aparte de estar furiosos, les debía de deber un favor. ¿Cómo es que un subnormal drogata cómo yo adivinó eso? Fácil. Salí bastante antes de lo previsto, para desgracia de Mac. Y si pudieron darse cuenta los irlandeses borrachos de mierda que me encerraron, quedaba claro, que yo también.

Te jodes Mac.

Pero yo sí que estaba bien jodido, deberle una a la mafia, es una mierda. Y si perteneces a ella, más aun.

Un coche del color de la muerte me recogió a la salida de la penitenciaría y me llevó a un almacén portuario. A los pocos minutos ya estaba recibiendo una ronda de hostias, encadenado y ésta vez en un interrogatorio no policial. Menudo “déjà vu” de mierda. Más sangre de la que creía poder escupir se hacinaba en un charco a mis pies. Mi ropa estaba totalmente irrecuperable y dos costillas parecían estar a un golpe más, del punto de no retorno en el mundo de las fracturas.

-Eres un puto inútil.- Frase clónica trigésimo veinte de los últimos seis minutos.- Si supieras lo que tienes que hacer y para quien lo haces, no lo harías drogado, puto retrasado.- Bam, bam. Mi nariz se destroza hacia un lado y es recolocada inmediatamente por otro golpe de los nudillos bañados en metal. Lágrimas involuntarias y un río de sangre adornan y colorean mi bigote. Debía de estar precioso.

-Que te jodan.- Pronunciar aquello me dolió infinitamente más que el placer que me provocaba, pero soy así de cabrón.- No tardaron en echárseme encima.- Toser coágulos y ahogarte en dolor con cada contracción y dilatación del diafragma, sencillamente, una estupenda combinación.- Alguien debió dar el soplo de lo que se iba a hacer…- Un acceso de vómito y un hachazo de dolor me doblan sobre mí mismo y me estremezco del insufrible dolor, joder que si dolió, no se lo recomiendo a casi nadie.

-¿Insinúas que ahora sabes pensar, imbécil? Tú estabas colgado y a saber lo que tardó en llegar la poli. No nos vengas con soplapolleces.- Un nuevo golpe produce en mi pómulo izquierdo un crujido poco halagüeño. Me retumba el dolor por toda la cara y me palpita ese lado al compás de los latidos del corazón, una orquesta perfecta entre ritmo y dolor.- No volverás a cagarla así, imbécil.- A ese paso dudaba que pudiese ni siquiera volver a levantarme jamás y mucho menos sentarme par cagar. Joder vacilando hasta al borde de la muerte. Y luego me extrañaba acabar en estas situaciones.

Os odio cabrones.

-Algún día os las devolveré todas y alguna más.- Pero en ese momento eso era solo un puto sueño. Un sueño en el que entré de una última hostia en la sien. Juraría que fue con una culata, bueno, qué más da.

Estaba claro que era una trampa, alguien no quería que yo siguiese ganando importancia dentro de la familia y posiblemente, fuese alguno de esos subnormales que me dieron la paliza de mi vida. No me equivocaba en absoluto. Para mi deleite, seis meses después ambos reposaban muertos en el cementerio de Dublín. O al menos lo que quedó de ellos. Que bien me lo pasé yo aquella noche de súplicas, disculpas y ruegos. Pero esa es otra historia.

Para compensar la cagada, al mes, estando yo totalmente recuperado. Y cinco meses antes de mi venganza contra los borrachos del puño americano. Se me ordenó uno de esos trabajos que son como el polvo de reconciliación. Tienes que darlo todo para que las cosas acaben mejor que antes. Y menudo polvo tendría que echar yo para enmendar aquello. De haber sido sexo de verdad, habría necesitado varias viagras.

Y al fin llegó el momento de pagar.

Abres la puerta de tu casa tras un día de mierda y lo primero que ves, en la mesita, es una grabadora y una pistola silenciada en un maletín pequeño. Una mierda de las gordas, de las que no deseas encontrar en tu mesita de salón jamás. Pues allí estaba yo, como un tonto, mirando a la grabadora mientras sujetaba la bolsa de la compra en un brazo y con el otro no me decidía a cerrar la puerta. Como si esperase que la grabadora agarrase la pistola y me fuese a perseguir. Diez segundos y me acerqué a ella. Me tiré en el sofá y pulse el botón de reproducir.

Eres un afortunado, Bronson. No a todos se les concede una segunda oportunidad. La tuya, va a ser especial. Si la pasas, volverás a la familia Ignis. Si no, más te vale morir en el intento. Tú sabrás lo que haces a partir de ahora. Pero tienes dos días para cumplirla. Ve pasado mañana a O´Conell Street Upper, al Madigan´s. Allí hay una mesa reservada a tu nombre a las 23:15. Pide lo que quieras y págalo, nada de jaleos. Espiarás y seguirás a las dos personas que estarán cenando en la sala VIP. Cuando estén en la calle, los matarás en público y huirás. Por tu bien, ésta vez escapa”

Menudo, pedazo, de mierda. Ahora sí que estaba jodido. Cuando se quiere un asesinato público por parte de la mafia, es porque es importante. Y tenía que hacerlo precisamente yo.

Me plantee huir del puto país con el dinero que descubrí en el falso fondo del maletín del arma. Pero me encontrarían. Empecé a dar vueltas por el piso. Desquiciado perdido, acorralado, desee que me hubiesen matado hace un mes. No pintaba bien y encima tenía que espiar a dos tíos antes de matarlos. No tengo paciencia joder. Tres cigarrillos en dos minutos y miles de divagaciones e insultos después, me centré. Tenía que prepararme.

Estudié la zona y compré ropa para la ocasión. Tracé rutas de escape y me senté a leer periódicos para calcular la presencia policial. Por desgracia para mí, la cena era un sábado y estaría hasta el culo de gente.

Un resumen general y previsión del plan de asesinato público Bronson: estoy jodido.

Y tras siete cajetillas de tabaco y un brutal insomnio, llegó el gran día. Para rematar de confirmar mi acojone, vomité tres veces en la hora anterior a ir. Me arreglé. Cargué el arma, la amartillé y se perdió entre los pliegues de mi abrigo. Dejé mi paquete de cigarrillos anidando donde siempre, en mi pecho y otros dos incubando en los bolsillos de mi culo. Cuando llegué al restaurante, ya había empezado el segundo.

La cantidad de gente que abarrotaba la calle era impresionante. Una de las putas calles más concurridas de Dublín, seguramente por ese motivo habrían decidido esos dos reunirse y andar por allí. Fijo que no esperaban a un subnormal con las pelotas de acero como yo. Pero por suerte para la mafia, existimos.

Y llegó el tan deseado momento. Unos ligeros bocados a delicias de alta cocina. Aquellas ridículamente pequeñas mierdas no me supieron a nada más que a cenizas y bilis; un vino de doscientas libras que empañó mi duda y una mierda de propina de despedida. Resumen a la perfección de mi primera cena de lujo.

Procuré no mirar mucho durante la cena a la pareja de trajeados con cara de ser los que dan órdenes a psicópatas como yo. Sinceramente, no debió de salir mal, ya que no repararon en mí ni un solo instante, ni tan siquiera mientras andaba una veintena de pasos por detrás de ellos por la calle. Era cojonudo joder. Pero también un acojonado. Iba contando los pasos que daba para mantenerme atento. Perdido en mi respiración regular acompasada con las exhalaciones de humo. La gente para mi eran sombras, tan insípidas como las miserias de la cena y la calle era como el túnel de la muerte. La luz del final sólo proyectaba en mi visión dos sombras, las cuales, procuraba no pisar ni por un milímetro. Como si fuese un puto juego de niños, pero mortal. Era el tope de distancia que marcaba mi instinto y le hice caso a rajatabla. Joder, que sudores fríos habría tenido del miedo si hubiese sido capaz de sudar, estaba seco desde el día anterior.

Humo y bilis. Menuda dieta, la dieta de los que van a matar o morir.

Y de pronto, mientras estaba sumergido en mis alucinaciones y desvaríes, lo vi. Un puto coche negro aparcado al otro lado de la calle con las lunas tintadas. Sabía que me observaban. Joder, cabrones, dejadme en paz, eso no me ayudaba una puta mierda.

Odio que me controlen

Odio este puto clan de psicópatas.

Odio mi vida. Ojalá me peguen un puto tiro los dos desgraciados estos.

Puto iluso que eras Bronson.

Pero por algún motivo que desconozco, aquello me animó. Tiré el cuarto cigarro de mi tercera cajetilla, enfundé mis pequeñas gafas redondas de cristal verde y moldura dorada y empuñé la pistola. Quince pasos apresurados y en un claro entre la multitud, desenfundé y disparé una quincena de proyectiles huecos a la espalda de aquellos cabrones. Veinte segundos después, seguía corriendo entre callejuelas apartando gente. No es que fuese muy discreto, pero al menos algunas personas también corrían sin saber por qué. Joder, yo sí que lo sabía bien.

Me la jugué. Volví a salir a la calle principal por Bachelors Walk y crucé el puente O´Conell hacia Westmoreland Street. No se esperarían, o al menos yo me esperaba que ellos no se lo esperasen, que yo fuese hacia zonas concurridas. Y me fui de fiesta a un bar cercano con música de la que me ponía los puños cerrados y el alma caliente.

Minutos después, estaba en Exchequer Street entrando al Ri-Ra directo a la parte de arriba, rock del duro y alcohol del bueno. Habiendo tirado el silenciador muy discretamente por el puente y con la pistola con seis balas aún en el bolso del abrigo, que ahora colgaba de un perchero, me olvidé de todo. Tres cervezas de golpe y sin darme cuenta ya me movía al ritmo de guitarras y gargantas maltratadas. Pero la noche es larga y alberga muchas sorpresas. Joder, que nochecita.

-Hola, me llamo Sally.- Oí a mis espaldas una bonita voz, al menos eso creía. Pero ni puta idea de a quien hablaban. Casi inmediatamente después, unos golpecitos en el omoplato me hacen girarme despacio y alerta.- Tío, te estoy hablando a ti, no vayas de duro conmigo, sexy gafitas.

Jo-der, ahí estaba, sonriéndome desde abajo una pedazo de cría rockera buenorra. Ojos verdes, amplia boca pintada de rojo y perlada de dientes perfectos. Dos coletas rubias y una camisa negra que dejaba ver un escote por el cual podrían caérseme las gafas y no encontrarlas. Para cerrar el broche un collar de púas pequeñas con un candado adelante, una muñequera que llegaba hasta su codo en el brazo izquierdo y unas botas militares color burdeos. La noche estaba mejorando a pasos agigantados.

-¿Y qué quieres de mí?- Pregunté, no había pasado ni un segundo y mi semblante no se había movido un ápice. Desde abajo no podría ver mis ojos, sólo las gafas y eso me permitió ver todos esos detalles sin problema alguno. Personalmente, esperaba poder seguir admirando algunos un rato más, era un salido sin remedio. Agarré el mechero anticipando lo que quería. Pero no, otra puta sorpresa para esta noche.

-Tu qué crees calvito.- Acompañó aquella frase con una amplia sonrisa traviesa, mordiéndose inocentemente el dedo índice izquierdo y meciendo la cadera levemente de lado a lado.- A mí me parece bastante obvio, ¿no?

Y a tomar por culo, según dice eso se me tira encima, me acaricia los pectorales por encima de la camisa a juego con el color de las lentes de mis gafas y con la otra mano me ataca abajo sin previo aviso. Con su cara escasos centímetros de la mía, me mantengo imperturbable mirando a la nada por encima de ella. Bajo la vista, poco a poco, hasta hacer contacto visual por encima de mis gafas redondas. Su sonrisa se amplía aún más y comenzamos una ardiente historia nocturna de pub, alcohol y callejón.

Treinta minutos después de ese contacto, está subiéndose las bragas en un oscuro pasaje cercano. Oigo cómo pasa no muy lejos un coche patrulla y no puedo evitar reírme. Se gira y me pregunta que qué cojones me hace tanta gracia, pero la ignoro por completo y sigo partiéndome el culo por dentro recordando las vomitonas de hace escasas horas y en el asesinato público. Me estoy convirtiendo en un psicópata sin remedio. Ella con sonrisa traviesa y fingiendo estar enfadada me pregunta de nuevo y me golpea el pecho tontamente. Me dice algo de que no ha estado tan mal, que se ha esforzado y alguna que otra chorrada a las cuales, sinceramente, no hago ni puto caso. El subidón de adrenalina de antes me acaba de llegar de nuevo y combinado con el polvo, están haciendo de nuevo la noche memorable.

Saco el último cigarrillo y lo enciendo, es el broche de oro al día de hoy y procedo a marcharme a casa.

-Ey, dame uno capullo, mira que no ofrecerme. Eres malo…

-Joder, no me quedan más, no seas pesada. Me tengo que ir a casa.

-Pues al menos dame fuego para el mío.- Será, cabrona.-Yo también debería irme ya.

-Me temo que eso no va a poder ser señorita.- Mientras estaba encendiéndoselo, oigo esa voz a mi izquierda y mis sentidos se ponen en modo pelea inmediatamente, era una voz amenazante y dura. No temblaba ni un ápice y estaba cargada de autoridad.- Tú te vendrás con nosotros y el calvito se va a pirar sin dar por culo, ¿verdad? Buen polvo a los dos por cierto, nos ha entretenido bastante.

Y una mierda cabrón, no pienso irme de aquí así de fácil, os pienso partir las putas piernas y meteros unas balas en los huevos además de romperos todos los dedos de las manos y… Pero qué cojones, es verdad. Y a mí que coño me importa esta tía.

-Sí, es verdad, no me importa una mierda lo que hagáis aquí. Yo me voy, haced lo que os venga en gana con ella.

Los ojos de la pequeña putita se desorbitan y se llenan de súplica. No me deja irme callejón a la derecha y me agarra el brazo con fuerza.

-¡Serás cabrón, no me dejes aquí con estos dos mamones, eres un mierdas y follas de pena, no vales ni para tomar por culo escoria! –Eso definitivamente no ayuda imbécil, menudos modales se gasta la cría de los huevos y encima odio que me quieran por interés.

-Oye Mac Carthaigh, voy a enseñarle a tu padre el precio por haberme encerrado y va a ser haciéndote cosas muy divertidas a ti en éste mismo callejón, espero que estés con ganas aún jajaja- La cara del cerdo adquiere una sonrisa desquiciada y empieza a babear, noto que se empalma. Pero toda esa mierda es superficial. Ha dicho…

Mac Carthaigh.

¿Enserio? Hay que joderse. ¡La noche está acabando con fuegos artificiales! Ni me lo pienso, no hay proceso mental, sólo reflejo. Mi cuerpo ya sabía lo que tenía que hacer sin que se lo ordenase. Mi cabeza pivota de derecha a izquierda a cámara lenta, con el brazo izquierdo abrazo a la cría y mientras giro el cuerpo y la pongo delante, con la mano derecha desenfundo la pistola y apunto de carrerilla. Tres tiros a cada desgraciado y acaban muertos, al menos, uno de ellos.

-¡Aaaagggggggggh! ¡Pero que cojones haces armado, maldito desquiciado, joder! –La muy loca se intenta zafar y la calmo como puedo. Acariciarla la cabeza un poco con la pistola aun echando humo no parece hacer demasiado. Así que la beso y utilizo todo mi encanto psicópata.

-Estaba engañándoles, claro que iba a salvarte, ahora vámonos. Te acompañaré a casa, pero hay que correr.- Joder que bien miento y que bonita es la vida a veces. La acojonada echa a correr detrás de mí y conseguimos esquivar dos coches patrulla por callejones. Parece más nerviosa que excitada. Yo estoy al revés.

-V…Vale. Es aquí.- Acabamos de llegar al final de un callejón que da a la mitad de una calle de bonitos chalets despersonalizados con jardín.- Mu, muchas gracias por eso y por lo otro y en general por la noche de hoy. Siento haberte metido en líos y…- Se calla al verme sonriendo, pómulos bien en alto y bigote acompañando la “u” de mi boca, creo que eso la ha desconcertado más aún que el hecho de que fuese armado por la calle.

-Creo que puedes llamar a casa, es tarde pero tu padre debería saber toda la historia, bueno, ¿omitimos lo de los disparos vale?- No sé cómo, pero la muy imbécil sucumbe al encanto y a los nervios. Y ahí está, ese magnífico sonido que me produce el mismo subidón que quitar el plástico del paquete de tabaco.

Ding, dong.

Me coloco detrás de ella y agarro sus hombros mientras sonrío, empieza a llover levemente y sopla una brisa lateral. Un relámpago ilumina la escena nada más que Michael Mac Carthaigh abre la puerta de su casa. Su cara alargada y llena de pecas, de nariz prominente y bigote ridículo, no como el mío. Adopta un ictus de terror mientras me mira desde abajo.

-P… Papi, lo siento, pero unos hombres malos han querido hacerme daño porque tú les habías encarcelado. Y éste hombre me ha salvado, ha sido realmente valiente y yo, y yo.- Rompe a llorar mientras abraza a su padre buscando el consuelo que sólo se obtiene en el hogar. Asiento lentamente mientras sonrío, pensando, ¿estás jodido eh cabrón? No puedo evitarlo, casi me rio de verdad.

-Eh, esto. ¿Áine estás bien de verdad, estás segura?- El pobre acojonado no deja de mirarme con los ojos marrones desorbitados y totalmente petrificado, hasta le cuesta abrazarla. Que jodidamente hermosa escena.

Tras unas palabras de incredulidad y afecto, la madre se la lleva adentro con una manta y entre sollozos, ambas se van a lo que intuyo era el salón a pasar el ataque de pánico. Ahora, comienza lo divertido. El proyecto de hombre que tengo debajo de mi parece encogerse cada vez más. Los relámpagos siguen convirtiendo una bonita velada en una velada excepcional. Sé que está pálido y yo no puedo parar de sonreír. La vida es muy hija de puta y por primera vez en mucho tiempo, llevo un buen rato sin sentir odio. Sin estar drogado claro, eso no cuenta.

-¿P… Por qué tú? De entre todas las personas de ésta mierda de ciudad, ¿por qué te has cruzado tú con ella en ese preciso momento?- Sus labios apenas se despegan y veo como empieza a temblar levemente. ¡Definitivamente hermoso!

-Oh no.- Saboréalo Bronson, es un néctar muy raro, el de la venganza.- Llevábamos un buen rato “cruzándonos”.- Mi tono no deja lugar a duda alguna. Sus ojos se desorbitan y el odio y asco se le desbordan por el torrente hasta casi provocarle un infarto.- Pero eh, recuerda, Mac Carthaigh. He salvado a tu hijita y ahora soy un héroe para ella, seguramente nos volveremos a ver y ella estará encantada. Sé dónde vive y su papaíto me debe dos favores. Sin ser adivino, vaticino que serán muchos más en el futuro.

-¿Cómo que dos cabrón, no te debo una mierda?- Ruge furioso, pero con unos gallos en su voz que denotan un acojone de alta categoría, digno de servirlo en un enorme plato y a precio desorbitado. Sabe que está acorralado. Me encanta ése sonido y ésta noche.

-Ah, ah, ah. Sí que me las debes. Tu hija está a salvo y podría haber sido peor.- Veo cómo se pone verde, ¡joder estoy disfrutando muchísimo!- Y además, si te das prisa, puedes ir a esta dirección y detener con vida al menos a uno de ellos y quedar como un héroe o mandar una patrulla. Tú verás. Pero yo ahí, veo dos favores.

-Eres un asqueroso hijo de puta.- Los perdigones de odio se pierden entre la lluvia y mi semblante se sigue oscureciendo con los resplandores a mi espalda de los relámpagos. En cambio el suyo, aterrado, quedaba perfectamente expuesto a mi vista como si le acabasen de hacer una fotografía. Ojalá le hubiese hecho una.

-Eso pensaba yo mientras me dabais una paliza con las cámaras apagadas, cabrón. Pero ahora, las tornas han cambiado y creo que podremos llevarnos muy bien.- Estaba cogido por los huevos por la mafia, no debe haber ningún dolor comparable a eso. Bueno si, tener que ayudarme a mí a partir de ahora.

-Dame tu teléfono, tendrás noticias mías en breves y veremos cómo podemos hacer de ésta, una relación provechosa.

A regañadientes, me da un contacto. De todos modos he robado la cartera de Áine, para tener un plan B y así poder verla en breves, va a ser interesante. Me alejo de la casa sonriendo y oyendo como Mac Carthaigh pide un coche patrulla. La lluvia me cala y me escurre por la calva, la pistola descargada en mi bolsillo me parece estar aún caliente y la vida, por un día, me parece hermosa.

Las relaciones con Áine fueron a más, su padre me debía cada vez más arrestos y los favores que le pedía al principio eran pequeños, para mantener la balanza a mi favor y seguir dando por culo.

Ignis me aceptó de nuevo entre sus filas y ascendí hasta ser el monstruo que soy hoy. Áine se perdió entre los pasajes de mi vida; no tengo ni puta idea qué fue de ella, sinceramente, me importa bastante poco. Pero su canoso padre me sigue haciendo favores y ahora, es un inspector de renombre con muchos contactos. Es el aliado ideal, me odia y me obedece. Como yo a mi sire. Ahora sé lo que debe de sentir ese cabrón.

Y es absolutamente fantástico.

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