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Punkapocalyptic – Nueva bestia en el Páramo – Churros

Nos gusta ayudar a las empresas españolas y amigas y Badroll Games es sin duda una de ellas. Con un gran producto entre manos, un wargames de escaramuzas muy interesante, y con una gente maja y muy profesional detrás. Hoy os dejamos en este post un trasfondo muy chulo de leer y que os recomiendo que sigáis. Porque uno de los puntos fuertes el juego es sin duda su trasfondo y mes a mes lo van enriqueciendo con nuevas historias, la gaceta y amplían el Bestuario de bichos y seres que podéis encontrar por el Páramo y hoy os presentamos uno de esos bichos raros. Mirad y conoced a los Churros.

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Hola trons.

Como todo quisqui sabe, el Páramo está lleno de bichos peligrosos, que te pueden arrancar las pelotas a poco que te descuides. Normalmente la basca se va por ahí a verlas venir, sin coscarse de qué bestia se puede encontrar, y luego pasa lo que pasa. Por eso he decidido dedicar mi vida a ser un masca de estos temas, siendo Bichólogo y Mutardólogo Oficial del Gremio Electroprotéico de la Carne y el Metano de Puentechatarra (del que soy miembro fundador, y también presidente, secretario, tesorero y especialista de campo). Soy el doctor Sarious e intentaré en esta Guía de los animales, criaturas y mutaciones del Páramo realizar un estudio chachi de los bichos que pueblan nuestro mundo.

Ah, los churros, qué bichos tan curiosos. Feos hasta decir basta y un poco más, siempre bajo tierra tragando mierda, pero sin embargo útiles y en algún caso hasta imprescindibles para los asentamientos cercanos. Es posible que no hayas visto uno en tu miserable vida, y sin embargo seguro que te has beneficiado en algún momento de su grasilla corporal. ¿Cómo? Atiende, paleto.

Descripción

Los churros son una especie de gusanos babosos, de un color que va del amarillo sucio al marrón diarrea. El tamaño puede variar desde un palmo de largo y el grosor de un cable grueso, hasta ser de un metro de longitud y como el brazo de un luchador del pozo de Sinagua de gordos. En uno de sus extremos tienen una boca redonda llena de dientecillos puestos en círculos concre… concin… contren… unos dentro de otros cada vez más pequeños, mientras que en el otro tienen el bujero para echar sus mierdas. Si no fuese por este detalle, la verdad que los cabrones parecen iguales por un lado que por otro. La piel es bastante correosa, pero siempre está cubierta por una abundante capa de aceite grasiento que les sale sin parar de forma natural, así que tienen un tono brillante y reluciente a cambio de oler como una freidora a kilómetros de distancia (aunque como se pasan la vida bajo tierra, se la debe pelar bastante).

Hábitat

Bajo los suelos terrosos y arenosos del Páramo se multiplican a patadas, pasando gran parte de su vida escarbando por el subsuelo para crear enormes colonias, alimentarse y desplazarse de un sitio pa otro. No se preocupan por ninguna otra especie del entorno, aunque tienen un cazador natural en el oso churrero, un mamífero muy tranquilote de abundante pelo que se chifla por estos bichos: cuando localiza una colonia de churros en el subsuelo, supongo que por el hedor que despide la grasaca que los cubre, usa su larga trompa para introducirla por los túneles que van dejando y los caza con una lengua elástica y súper pegajosa, que se puede estirar un mogollón, y los arrastra hasta metérselos en la boca para chuparles la grasilla. El oso churrero necesita esa grasa como protección corporal, así que el churro es su plato favorito, pero no sería la primera vez que alguien deja unas sartenes sucias con aceite reseco fuera de casa, y aparece uno de estos bichejos a lamérsela hasta gastarla.

bestiariochurroComportamiento

No parece que los churros tengan otro objetivo en su vida que andar por ahí excavando, sin meterse con nadie y a su puta bola. No he conseguido identificar ningún tipo de pauta comprensible en su comportamiento, aunque claro, estando tó el puto día bajo tierra, comprenderéis que es muy jodido andar espiando qué hacen sin cavar unos peacho bujeros así de gordos en el desierto y sentarte a ver si aparece alguno delante de tus narices. Incluso aunque alguno asome esa cabeza de polla que tienen, lo más probable es que la falta de tierra o la luz solar los espante de alguna forma, porque se retuercen de forma muy asquerosa, vuelven a introducirse en el suelo y se escurren como diablos. Por lo demás son la cosa más pancha del mundo, y nunca atacarán a nada ni nadie a menos que se sientan realmente amenazados, en cuyo caso se retorcerán para propinar buenos zurriagazos con sus musculosos cuerpos e intentar huir de la forma más rápida posible. Aunque su boca tiene un aspecto amenazante con tanto dientaco, no he conocido ningún caso de mordedura de churro: parecen usarla únicamente para excavar.

Usos

Aquí llega el meollo del asunto. Al pasarse todo el tiempo escarbando con la boca por debajo del Páramo, los churros tragan una cantidad muy importante de todos los residuos que se filtran por allí: petróleo de antiguos pozos, gasolina derramada de todo tipo de vehículos, aceites industriales de fábricas abandonadas… Debajo de nuestros pies hay enormes bolsas de tierra empapada en esas mierdas, que se pueden aprovechar si tienes la santa paciencia de ir sacándola a paladas para exprimirla. Pero por suerte, el churro lo hace por ti: el bicho no parece digerir para nada todos esos fluidos aceitosos, así que su cuerpo los expulsa por la piel creando una película pastosa y aceitosa su alrededor. Un buen cazador de churros tiene localizadas varias colonias y sabe calcular bien los tiempos para dejar que sus gusanescos cuerpos generen bastante grasa para merecer la pena su recolección, sin agotar una zona en concreto. Hay que cavar un bujero e ir grapándolos según asomen el cabezón a la superficie, lo cual requiere destreza, fuerza y unos guantes especiales con pinchos para clavárselos en el cuerpo y que no se escurran, porque los hijoputas tienen tal cantidad de aceite grasiento untado en ellos que se pueden soltar de cualquier presa con dos meneos. Una vez que el cazador los tiene bien sujetos, los retuerce como si fuesen una camiseta mojada, escurriendo todo el material aceitoso en bidones o latas. El bicho se retuerce como un loco, y se sabe de algún churrero que ha perdido un ojo o un par de dientes de un coletazo mal dado, pero en realidad no sufre ningún daño. Cuando está bien escurrido, se lo suelta y vuelve al subsuelo, donde empezará a generar su capa aceitosa a medida que vaya zampando tierra hasta que el churrero considere que esa zona vuelve a estar lista para la recolección.

Luego ese aceite grasiento tiene multitud de usos, desde alimentar las freidoras de cualquier garito de comida rápida (¿sabéis cómo huele el barrio de Sobaco, no? Ahora ya sabéis a quién darle las gracias), hasta lubricar máquinas (en la misma Puentechatarra hay un par de ascensores que usan aceite de churro para funcionar) o si la cosecha es de una potencia especialmente buena, incluso alimentar motores pequeños como los generadores de una granja o una amoto. Se sabe que el azúcar es letal para estos seres: si se espolvorea una buena cantidad sobre el cuerpo de uno de ellos, se retorcerá sobre sí mismo entre espasmos hasta morir, quedando tó chuchurrido, negro y reseco. Ojalá hubiese sido tan fácil librarse de mi segunda suegra, Annie Trespelos, que en lugar de un puñado de azúcar necesité tres kilos de sal en forma de posta lobera de escopeta. Eso sí, no se conoce ningún uso al cadáver de un churro, salvo dar mucho, mucho asquete.

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