Bienvenidos a Estación de Guerra – La Campaña ha comenzado

Las Semillas de Esperanza se han plantado y aunque cada una es diferente a sus homólogas, las tres ciudades han sido enclaves de civilización en medio del Reino de la Vida destrozado por la guerra.

Rápidamente se convirtieron en símbolos, en Azyrheim y más allá, de lo que las fuerzas del Order pueden conseguir a pesar de la malicia de los Dioses Oscuros. Al fundar las Semillas de Esperanza, sin embargo, Sigmar y Alarielle se habían superado a sí mismos. Mientras que la mayor parte de nuevas ciudades del Order se habían construído lentamente y con cuidado, bajo la mirada vigiliantes de incontables Stormcast Eternals, este trío de enclaves se había alzado con una velocidad asombrosa. Todas se encontraban aisladas, tan alejadas de otras ciudades que bien podrían haberse encontrado en otros reinos. Aunque se podía llegar a ellas desde Azyr a través de las Realmgates, el terreno que rodeaba las ciudades seguía estando corrompido por el toque del Chaos e inundado por una miriada de enemigos. Quienes se establecían en las Semillas de Esperanza se encontraban luchando a diario para repeler los ataques no sólo de los siervos del Chaos, sino también de otros poderes.

Nagash se había interesado por la Guerra de la Vida y había estado alimentando en secreto ejércitos de no muertos durante el conflicto. Sus siervos habían golpeado a ambos bandos, manteniendo sus motivaciones ocultas y sus métodos despiadados. Ahora, cuando las primeras de estas ciudades surgían en Ghyran, estos ejércitos no muertos se lanzaron sobre ellas. Nadie podía asegurar si los muertos seguían las órdenes originales de Nagash (cual autómatas que han excedido su tarea) o si el Gran Nigromante había ordenado los ataques en persona. Para quienes se encontraban bajo asedio, tal distinción poco importaba, ya que la batalla tendría lugar en cualquiera de los dos casos.

Simultáneamente, vastas hordas de orruks, grots, ogors, gargants y troggoths se cercieron sobre los frágiles bastiones del Order. A pesar de que la Guerra de la Vida había mermado a las tribu de los Reinos de Jade, innumerables pieles verdes de toda clase aún subsistían entre el horror y la inmundicia. Rodeados por la guerra y la lucha constante, muchos de ellos medraron, y más tribus se veían atraídas día tras día a medida que por los Reinos Mortales corría la voz del abundante botín de Ghyran. Si bien no se había dado orden oficial y no existía un comandante en jefe, las hordas de la Destruction se veían atraídas como las polillas a una llama, y se lanzaban a la batalla contra cualquiera que hallasen en su camino. Según los rumores, hasta el poderodo Gordrakk había viajado desde el Reino de las Bestias hasta el Reino de la Vida con el único fin de asolar los nuevos enclaves del Order.

La amenaza más seria, no obstante, eran los adoradores de los Dioses Oscuros. Nurgle estaba furioso por que aquellos focos de orden y pureza quebrasen la abundante entropía que había logrado esparcir a lo largo y ancho de Ghyran. Sus purulentos chiquillos no tardaron en volver a reunir sus fuerzas y marchar a la guerra nuevamente bajo sus estandartes pútridos y sus campanas herrumbrosas. Los adoradores de Khorne y de Slaanesh también se reunían mientras las huestes de daemons, hechiceros y carruajes celestiales Tzeentchianos descendían sobre aquellas nuevas ciudades con intención de destruirlas y apropiarse de sus secretos.

A medida que la Estación de guerra transcurría en toda su crudeza, los ejércitos del Order marcharon para defender sus assentamientos recién fundados, y los dioses observaron con esperanza y con odio. Los días venideros determinarían si las Semillas de Esperanza germinarían y se convertirían en algo más grande, o si se malograrían y quedarían como cascarones negruzcos, un triste recuerdo de la gloria que pudo haber sido.